Ignacio Ondargáin
NACIONAL SOCIALISMO. Historia y mitos.
CAPÍTULO XI
(Texto revisado en diciembre de 2006)
DE LOS HIPERBÓREOS AL NAZISMO
11- ¿Dónde está Hitler?
En marzo de 1947 se publicó en Argentina un libro con el título de “Hitler está vivo”. Su autor, Ladislao Szabó, habla en este libro de que Hitler se refugió en la Antártida al fin de la Segunda Guerra Mundial. Según Szabó, los trabajos de construcción de un refugio para el Führer se iniciaron a finales de 1940, en pleno verano antártico: “Desembarcando aviones, tractores, deslizadores sobre la nieve y toda clase de máquinas y material, prosiguieron sus tareas pacientemente, hasta que quedó terminado el Nuevo Berchtesgaden de Hitler en la Antártida”. El escritor argentino, afirma que los submarinos alemanes desaparecidos al final de la Guerra se dirigieron desde un punto de la costa de Noruega al “refugio inexpugnable” de la Antártida. Los dos submarinos que acabaron apareciendo en las costas argentinas meses después de acabada la Guerra, eran dos unidades que perdieron la comunicación con el resto del “convoy fantasma” y acabaron separándose del grupo. En estos submarinos, la tripulación era el triple de la normal en tiempos de guerra. Disponían gran cantidad de armamento pero no habían desarrollado ninguna actividad bélica durante su prolongada permanencia en alta mar y tenían abundancia de víveres.
La agencia de noticias Reuter difundió el 5 de mayo de 1945 la siguiente noticia: “El cuerpo carbonizado encontrado por los oficiales del ejército rojo y que ha sido examinado por expertos, no era el de Hitler. Un oficial del Estado Mayor ha afirmado que se trata de un doble del cuerpo de Hitler”. El teniente general Bedell Smith, jefe personal del General Eisenhower, y más tarde director de la CIA, dijo públicamente el 12 de octubre de 1945: “Ningún ser humano puede decir de forma concluyente que Hitler esté muerto”. Y hasta el propio Eisenhower, en 1952, comentó: “Nosotros no hemos podido sacar una pizca de evidencia tangible sobre la muerte de Hitler. Mucha gente cree que Hitler escapó de Berlín”.
El 2 de diciembre de 1983, la publicación “Chriemgau Zeitung”, de Rosenheim, en el sur de Alemania, publicaba que en un sector de Berlín, a causa de una explosión, se había hecho visible toda una red de calles y pasillos subterráneos que, partiendo de la Cancillería de Hitler, conectaban con un sistema de bunkers, yendo a terminar en el Aeródromo de Tempelhof. Se desconoce la extensión de estos pasillos pues se hallan bloqueados por muros de cemento muy espeso, además de estar repletos de armamentos y explosivos acumulados allí al finalizar la guerra en Berlín y que fueron los que provocaron la explosión. Según Miguel Serrano, los trabajos de construcción de estos túneles fueron realizados por la organización Todt y dirigidos por Albert Speer, quien nunca los revelara, ni siquiera en sus memorias y a pesar de su traición. Las investigaciones se llevarían a cabo por la Universidad Técnica de Berlín y por servicios especiales de inteligencia. Las calles subterráneas permitían transitar a autos pequeños. Los expertos creen que el sistema de túneles, laberintos y bunkers fue construido para facilitar la salida de Berlín a Hitler. Según esto, “se comprendería que ni Hitler ni Bormann ni ningún otro dirigente del nacionalsocialismo habría necesitado escapar por las calles exteriores y cuán absurdas aparecen las declaraciones sobre Bormann muerto al tratar de escurrirse del Bunker detrás de un tanque. Todas esas declaraciones fueron preparadas especialmente. La conexión del Bunker de la Cancillería con el aeródromo de Tempelhof, a dos kilómetros de distancia era directa y segura”. (“Adolf Hitler, el ültimo Avatara”. Miguel Serrano). De esta manera, toda la versión oficial de los Aliados-Comunistas, sobre un Adolf Hitler desquiciado y acobardado suicidándose mediante un disparo en la cabeza en el Bunker de Berlín, carecería de credibilidad, entendiéndose como propaganda de guerra. En los primeros tiempos inmediatamente posteriores al final de la guerra no se creía en el suicidio de Hitler en el Búnker. En una encuesta realizada en 1947 en USA, el sesenta por ciento de los encuestados manifestaban creer que estaba aún vivo. Varios libros le hacían aparecer en Tíbet o, como hemos dicho, en la Antártida. Otto Skorzeny, oficial de los “Comandos Especiales” de las Waffen-SS, es especialmente conocido por el rescate de Mussolini en la cumbre del Gran Sasso, donde le tenían prisionero los militares de Badoglio, al final de la guerra. Participó también en la ofensiva de las Ardenas o en la defensa del Vístula entre otras muchas batallas. Esperó en Berchtesgaden el arribo del Führer, pensando librar allí la última batalla y morir junto a él. Cuando todo hubo terminado, se entregó como prisionero a los norteamericanos. Cuenta en sus libros que la pregunta obsesiva que sus interrogadores le hicieron era: “¿Dónde llevó a Hitler, dónde lo ocultó?”. De Skorzeny podía creerse todo. ¿Quién mejor que él para sacar a Hitler de Berlín y llevarlo a algún lugar secreto de la tierra?. Esto es lo que pensaban los Aliados, desde soviéticos a norteamericanos. Pero Skorzeny no lo sabía y tampoco pensaba que Hitler estuviera vivo. Sin embargo, ni los propios soviéticos creían que Hitler hubiera muerto en el Búnker. Cuando los rusos entran en el Bunker de Berlín, hallan más de diez cadáveres repartidos en la vecindad semicarbonizados, todos con restos de uniformes iguales a los de Hitler. Stalin declaró al Secretario de Estado norteamericano de aquellos días, Cordell Hull: “Hitler no está muerto, está vivo en alguna parte. No hemos encontrado el cadáver que pueda asegurarnos su muerte”. Es por esto que a finales de 1946, los USA, envían la expedición militar y naval a la Antártida, bajo el mando del Almirante Richard Byrd, pues los Aliados estaban seguros de que Hitler se encontraba en alguno de los “misteriosos oasis de aguas templadas”, descubiertos en 1938 por la expedición alemana del capitán Alfred Ritscher, en las tierras antárticas de la Reina Maud o Nueva Suavia.
NACIONAL SOCIALISMO. Historia y mitos.
CAPÍTULO XI
(Texto revisado en diciembre de 2006)
DE LOS HIPERBÓREOS AL NAZISMO
11- ¿Dónde está Hitler?
En marzo de 1947 se publicó en Argentina un libro con el título de “Hitler está vivo”. Su autor, Ladislao Szabó, habla en este libro de que Hitler se refugió en la Antártida al fin de la Segunda Guerra Mundial. Según Szabó, los trabajos de construcción de un refugio para el Führer se iniciaron a finales de 1940, en pleno verano antártico: “Desembarcando aviones, tractores, deslizadores sobre la nieve y toda clase de máquinas y material, prosiguieron sus tareas pacientemente, hasta que quedó terminado el Nuevo Berchtesgaden de Hitler en la Antártida”. El escritor argentino, afirma que los submarinos alemanes desaparecidos al final de la Guerra se dirigieron desde un punto de la costa de Noruega al “refugio inexpugnable” de la Antártida. Los dos submarinos que acabaron apareciendo en las costas argentinas meses después de acabada la Guerra, eran dos unidades que perdieron la comunicación con el resto del “convoy fantasma” y acabaron separándose del grupo. En estos submarinos, la tripulación era el triple de la normal en tiempos de guerra. Disponían gran cantidad de armamento pero no habían desarrollado ninguna actividad bélica durante su prolongada permanencia en alta mar y tenían abundancia de víveres.
La agencia de noticias Reuter difundió el 5 de mayo de 1945 la siguiente noticia: “El cuerpo carbonizado encontrado por los oficiales del ejército rojo y que ha sido examinado por expertos, no era el de Hitler. Un oficial del Estado Mayor ha afirmado que se trata de un doble del cuerpo de Hitler”. El teniente general Bedell Smith, jefe personal del General Eisenhower, y más tarde director de la CIA, dijo públicamente el 12 de octubre de 1945: “Ningún ser humano puede decir de forma concluyente que Hitler esté muerto”. Y hasta el propio Eisenhower, en 1952, comentó: “Nosotros no hemos podido sacar una pizca de evidencia tangible sobre la muerte de Hitler. Mucha gente cree que Hitler escapó de Berlín”.
El 2 de diciembre de 1983, la publicación “Chriemgau Zeitung”, de Rosenheim, en el sur de Alemania, publicaba que en un sector de Berlín, a causa de una explosión, se había hecho visible toda una red de calles y pasillos subterráneos que, partiendo de la Cancillería de Hitler, conectaban con un sistema de bunkers, yendo a terminar en el Aeródromo de Tempelhof. Se desconoce la extensión de estos pasillos pues se hallan bloqueados por muros de cemento muy espeso, además de estar repletos de armamentos y explosivos acumulados allí al finalizar la guerra en Berlín y que fueron los que provocaron la explosión. Según Miguel Serrano, los trabajos de construcción de estos túneles fueron realizados por la organización Todt y dirigidos por Albert Speer, quien nunca los revelara, ni siquiera en sus memorias y a pesar de su traición. Las investigaciones se llevarían a cabo por la Universidad Técnica de Berlín y por servicios especiales de inteligencia. Las calles subterráneas permitían transitar a autos pequeños. Los expertos creen que el sistema de túneles, laberintos y bunkers fue construido para facilitar la salida de Berlín a Hitler. Según esto, “se comprendería que ni Hitler ni Bormann ni ningún otro dirigente del nacionalsocialismo habría necesitado escapar por las calles exteriores y cuán absurdas aparecen las declaraciones sobre Bormann muerto al tratar de escurrirse del Bunker detrás de un tanque. Todas esas declaraciones fueron preparadas especialmente. La conexión del Bunker de la Cancillería con el aeródromo de Tempelhof, a dos kilómetros de distancia era directa y segura”. (“Adolf Hitler, el ültimo Avatara”. Miguel Serrano). De esta manera, toda la versión oficial de los Aliados-Comunistas, sobre un Adolf Hitler desquiciado y acobardado suicidándose mediante un disparo en la cabeza en el Bunker de Berlín, carecería de credibilidad, entendiéndose como propaganda de guerra. En los primeros tiempos inmediatamente posteriores al final de la guerra no se creía en el suicidio de Hitler en el Búnker. En una encuesta realizada en 1947 en USA, el sesenta por ciento de los encuestados manifestaban creer que estaba aún vivo. Varios libros le hacían aparecer en Tíbet o, como hemos dicho, en la Antártida. Otto Skorzeny, oficial de los “Comandos Especiales” de las Waffen-SS, es especialmente conocido por el rescate de Mussolini en la cumbre del Gran Sasso, donde le tenían prisionero los militares de Badoglio, al final de la guerra. Participó también en la ofensiva de las Ardenas o en la defensa del Vístula entre otras muchas batallas. Esperó en Berchtesgaden el arribo del Führer, pensando librar allí la última batalla y morir junto a él. Cuando todo hubo terminado, se entregó como prisionero a los norteamericanos. Cuenta en sus libros que la pregunta obsesiva que sus interrogadores le hicieron era: “¿Dónde llevó a Hitler, dónde lo ocultó?”. De Skorzeny podía creerse todo. ¿Quién mejor que él para sacar a Hitler de Berlín y llevarlo a algún lugar secreto de la tierra?. Esto es lo que pensaban los Aliados, desde soviéticos a norteamericanos. Pero Skorzeny no lo sabía y tampoco pensaba que Hitler estuviera vivo. Sin embargo, ni los propios soviéticos creían que Hitler hubiera muerto en el Búnker. Cuando los rusos entran en el Bunker de Berlín, hallan más de diez cadáveres repartidos en la vecindad semicarbonizados, todos con restos de uniformes iguales a los de Hitler. Stalin declaró al Secretario de Estado norteamericano de aquellos días, Cordell Hull: “Hitler no está muerto, está vivo en alguna parte. No hemos encontrado el cadáver que pueda asegurarnos su muerte”. Es por esto que a finales de 1946, los USA, envían la expedición militar y naval a la Antártida, bajo el mando del Almirante Richard Byrd, pues los Aliados estaban seguros de que Hitler se encontraba en alguno de los “misteriosos oasis de aguas templadas”, descubiertos en 1938 por la expedición alemana del capitán Alfred Ritscher, en las tierras antárticas de la Reina Maud o Nueva Suavia.
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