Ignacio Ondargáin
NACIONAL SOCIALISMO. Historia y mitos.
CAPÍTULO XI
(Texto revisado en diciembre de 2006)
DE LOS HIPERBÓREOS AL NAZISMO
CAPÍTULO XI
(Texto revisado en diciembre de 2006)
DE LOS HIPERBÓREOS AL NAZISMO
3- La Fuerza Pura y el Vril
Este mundo relativo en que vivimos se ha creado de la interacción de dos fuerzas opuestas. Estas dos fuerzas son llamadas en Oriente yin y yang, y en Occidente, lo positivo y lo negativo. Edison dijo que el universo estaba hecho de electricidad. Se refería a la fuerza vital o energética que tienen todos los cuerpos. La electricidad está compuesta de fuerza positiva y negativa. La fuerza vital personal está compuesta del mismo modo, ya que al ser somatizada en el cuerpo humano adquiere un carácter positivo-negativo. En el mundo material todo adquiere este carácter dual o relativo. El lado de una pared expuesto a la luz está iluminado; el lado opuesto está oscuro. Luz y oscuridad, salud y enfermedad, calor y frío, positivo y negativo.
Más allá de la dualidad, o antes de la misma, la unidad básica del universo sería la Fuerza Pura, que equivale al Ki de la tradición japonesa. Todas las cosas se originan a partir del Ki del universo. En última instancia toda la creación está compuesta de este principio absoluto, esta energía universal, motor inmóvil y generador de toda vida. Este principio absoluto vigoriza toda la creación.
El mundo moderno es cautivo de los principios relativos, es decir, ha perdido el hilo y la unión con el absoluto. La única esperanza del hombre para comprender el principio vital es afirmarse en el principio absoluto que se halla antes de este mundo relativo. En el Bhagavad Gita, Krishna, “el dios de rubia cabellera” le dice a Arjuna: “Permanece firme en la Pureza, más allá de los pares opuestos”. Es decir: para comprender el mundo, antes hemos de distanciarnos del mundo, hallar un lugar desde el que contemplarlo con perspectiva, sin implicarnos ni dejarnos influenciar por él.
Para fortalecer el poder y la resistencia física y mental y realizar la vida, hay que esforzarse en volverse uno con la Fuerza del universo, más allá de la dualidad o la relatividad. Entonces es cuando la Fuerza Vital, el Ki, se expande, entrando una corriente de vida fresca. La unificación de mente y cuerpo es la raíz del árbol de la vida. Un roble grande y frondoso sólo puede erguirse sobre unas raíces profundas. El ser humano moderno fracasa porque intenta producir flores antes de que sus raíces estén desarrolladas. Si se quiere vivir una vida llena de vitalidad debe primero unificarse mente y cuerpo.
La cuestión, quede claro, no es creer o no creer. La creencia es siempre algo personal, por mucho que en muchas ocasiones esté “colectivizada”, y nosotros la enmarcaremos más bien en la cuestión de la voluntad. Se trata ante todo de ser o no ser. Sólo un buen árbol da buen fruto. Aplíquese esto mismo al hombre y conozcamos a cada uno por sus acciones, por sus hechos, nunca por sus palabras. Y nuestros hechos empiezan en nosotros mismos, en nuestro propio cuerpo físico y en nuestra propia naturaleza, en lo que somos: el cuerpo es el templo del hombre. De esta manera, nada hay oculto para el vidente, el que ve el origen y la naturaleza de las cosas: “todo se ve, todo se sabe”.
Como vemos, la Fuerza Pura es el principio vital, la fuerza que genera y da la vida, desde más allá de este universo. Esta Fuerza, cuando entra a manifestarse y a animar la materia de este mundo, se convierte en relativa, queda condicionada por el principio positivo-negativo. Pero existe una vía que permite al iniciado reunir, concentrar la Fuerza, para, desde ahí, restaurada la unidad, reintegrarse en la eternidad a la que pertenece.
Hemos hablado en los capítulos referentes a las vías iniciáticas (Ver capítulos VIII a, b y c) sobre la Fuerza, el dominio de la Fuerza, la concentración y el endurecimiento diamantino. Sólo un cuerpo cuya fuerza esté totalmente concentrada puede manifestar la Fuerza en su pureza. La concentración de la Fuerza es la base sobre la que se fundamenta el principio vital, el principio de la vida. El adepto que logra concentrar la Fuerza y las energías, consigue, de forma natural y sin esfuerzos suplementarios, el autodominio y la Verticalidad: el espíritu aristocrático y dominador. Tal y como hemos visto, esto viene a realizarse mediante un vigoroso endurecimiento del cuerpo (ejercitando yoga y gimnasia), junto con todo un proceso de purificación y entrenamiento o educación físico-mental. El fortalecimiento y consiguiente endurecimiento del cuerpo, adecuadamente estimulado según la Vía del Diamante, generar un estado de erección o vigorización muscular en la musculatura y la energía de todo el cuerpo.
Donde el mundo moderno y la casi totalidad de movimientos “espiritualistas” hablan de “relajación”, nosotros hablamos de Fuerza y vigor. Esto es, vigorización frente a relajación. Poder frente a debilidad. Centralidad frente a dispersión. Actividad frente a pasividad. Vida frente a muerte. El verdadero éxtasis es resultado de la vigorización y de la Fuerza; la relajación defendida por los espiritualistas decadentes, sólo traería como consecuencia la confusión, la dispersión y, finalmente, la disolución en el caos.
La “Fuerza Nueva” conseguida mediante la vigorización, induce al iniciado en un estado extático y aquí está el principio de la transmutación de las energías: un proceso en el cual todos los residuos psíquicos y energéticos insanos presentes en la persona, serán destruidos por virtud de la energía purificada, tal como la hierba seca es abrasada por el fuego.
En este contexto, entendemos cómo las antiguas religiones fálicas representan el falo (fuego) como símbolo de la vida. En sus ceremonias se consagra la potencia vital y se exalta el carácter divino de la vida, buscando el aumento del flujo de la potencia divina, ligado siempre a la virilidad. Los ritos tienen generalmente un carácter orgiástico; la unión sexual es representada simbólica o realmente. Son muestras los concúbitos sagrados del visnuismo y la prostitución sagrada de Astarté o Isis. Son características las faloforias, procesiones romanas presididas por un falo en honor de Liber Pater (Dioniso itálico). Como símbolo de vida el falo se encuentra esculpido en el templo, y como símbolo de muerte y renacimiento está representado sobre las tumbas. Muchos menhires tienen grabado o representado un falo. De hecho, el menhir erecto y erguido, desafiando la gravedad y la pesadez del mundo, es la representación y canalización fundamental de la verticalidad: el principio de la vida. Es el mismo principio representado y canalizado en los obeliscos: la victoria de la vida (verticalidad) sobre la muerte (horizontalidad).
Podemos entender, según esta óptica, que si nosotros estuviéramos dispersos y débiles, todas nuestras acciones vendrían a estar marcadas por el sello de la disolución, el sello de la muerte. El ser dominado y esclavizado por la materia caótica no puede acceder al mundo espiritual. Esos seres degenerados sólo pueden acceder a su propio vertedero psíquico. Tal es el caso de la casi totalidad de movimientos “espirituales” de la actualidad: gente enferma.
Se comprende que, en el lado opuesto de la salud, un cuerpo cuyas fuerzas estén dispersas, manifestará languidez, falta de vigor y estancamiento; un cuerpo así sólo será vehículo y canal de tendencias y realizaciones enfermas y decadentes. En el hombre, la dispersión tiene una base tanto mental como somática. Frente al principio vital de la concentración y el autodominio, la dispersión de la fuerza es un principio determinado por el proceso de la muerte. Este proceso hace tender la naturaleza hacia el cansancio y la Horizontalidad del mundo, perdiéndose la verticalidad y la yoga o unión con la divinidad. Tal tendencia hacia la dispersión, la horizontalidad y la pérdida de la esencia, es el principio que sufre el hombre terrestrizado, un ser dominado y vapuleado por los elementos, lo telúrico, lo vulgar, lo indiferenciado y, finalmente, en la actualidad, el conocido como “mundo democrático moderno”.
Pero frente a esta miserable y pésima humanidad actual, hemos visto cómo el héroe viene a liberarse de la esclavitud del caos del mundo y de la materia, consiguiendo someter la materia a su voluntad. La naturaleza, cuando es presa del caos, sumerge al hombre en la ansiedad, el vicio, el desorden, la degeneración... En esta situación, el hombre queda encadenado y se ofusca, confundiéndose y nublándose su espíritu y su inteligencia. Podemos entender que, según todo esto, sólo puede acceder al mundo espiritual el hombre que consigue ser libre, esto es, Señor y dueño de sí mismo. Ahora, por fin, el iniciado puede descubrir los mundos “inexistentes”, descorrer el Velo de Isis.
Los Hiperbóreos poseen un poder conocido como Vril. El profesor von Senger afirma que el hombre nórdico posee una ramificación nerviosa adicional que lo capacita para reidentificarse con el mundo divino. Miguel Serrano viene a definir el Vril como “el poder u órgano espiritual, mágico, que conecta con todos los universos y con los “mundos paralelos”, con las otras dimensiones”, y añade que “lo poseían los hiperbóreos, especialmente la mujer-maga, la mujer gurú, nacida quinta en una familia”. Este órgano exclusivo de los arios, permite ver la realidad en una proyección y una perspectiva divina. Afirma Serrano que Hitler hace uso total de esta capacidad, sólo latente en el resto de la raza aria. Esto marca la diferencia fundamental entre las razas, pudiendo entenderse así lo que significa el mestizaje y el intento de mezclar los pueblos blancos: el plan demoníaco que se dirige a producir nuevamente el hombre de Neanderthal.
Según diversos autores, como Liebenfels, los milagros de Cristo no serían otra cosa que la manifestación del poder del Vril.
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